L i c a n t r o p o s

Se basa en el antiquísimo tema de la transformación de un ser humano en un animal - Zoantropía -, una de las cuestiones más frecuentes en toda la mitología universal: Se encuentra en crónicas egipcias, griegas, indias, romanas, chinas, etc. Investigaciones sobre culturas primitivas recogen relatos acerca de hombre (y mujeres) jaguares, monos, zarigüeyas y termitas: Supersticiones malayas afirman que muchos tigres fueron, en un primer momento, seres humanos.

En África, numerosos viajeros y etnólogos han descrito profusamente mitos y creencias nativas relativas a hombres-león, hombres-leopardo, mujeres-pantera, mujeres-víboras, etc.; en Canadá aparecen historias sobre hombres mutados en osos, hecho que invoca la memoria de las sagas escandinavas, referentes a guerreros metamorfoseados en osos (los terribles Berserks de Noruega), quienes, antes de guerrear, se vestían con pieles de este animal, suponiendo así que adquirían su espíritu y, por ende, su fuerza y ferocidad.

Los chinos, según el testimonio de los misioneros, hablaban de hombres-lobo (nótese que la zoología regional identifica al mito y lo hace específicamente sectorizado: el animal más abundante, o más dañino, tradicional, etc., es el modelo para la composición de la zoantropía; el lobo, por ejemplo, era en Europa – lugar del mito licantrópico – una especie numerosa)... Puesto que el tema de la zoantropía es harto amplio, el tema más extendido culturalmente y, tal vez, más interesante debido a la riqueza de la leyenda, aparte de la analogía con los demás mitos, es el de la Licantropía o conversión del hombre en lobo.

La Licantropía (Del griego, λγκσξ, "lobo", y άηθορως, "hombre"), es en Medicina, un fenómeno de perturbación mental, un caso de esquizofrenia en el que el paciente cree convertirse en lobo. Por otra parte, desde el punto de vista científico, existe una diferencia entre hombre lobo y licántropo: el primero es resultado de la leyenda, mientras que el último es consecuencia del mito, y afectado por un desorden mental.

 

Fuentes del mito

 

En todas las épocas y culturas se ha creído en la transformación –voluntaria o accidental– del hombre en bestia; en consecuencia, una de las tradiciones de la Edad Media y en los tiempos modernos será la de los hombres lobo.

La leyenda tiene sus orígenes en las tradiciones greco-romanas, donde posteriormente se expande por Europa, llegando a América con la Conquista (siendo común en Brasil): El lobisome o lobisón hispanoamericano es semejante con el loup-garou francés y al licántropo del Tíbet y de San Miguel de las Azores.

Es grecia quien aporta el mito de Lycaon, rey de Arcadia, que fundó la ciudad de Lyconia, consagrada a Zeus; Lycaon desobedeció las órdenes de Zeus, que prohibía sacrificar víctimas humanas, y por ello fue castigado: él, con todos sus hijos, excepto uno, se metamorfosearon en lobos. Según otra versión del mito, Zeus, enamorado de Calisto, hija de Lycaon, despertó los celos de su esposa Hera, quien convirtió a Calisto en una osa y a Lycaon en un lobo; el nombre etimológico de licantropía deriva, pues, de este personaje clásico.

A pesar de que la creencia continuó durante el Imperio Romano, el tema parece haber tenido su máxima difusión en el norte de Europa, durante el Medioevo, particularmente en Inglaterra y Alemania; los werwolf ingleses y los wargus alemanes son frecuentes en la literatura y la tradición oral de ambas regiones y han llegado a través del tiempo en forma de cuentos, leyendas y sagas. La fiebre licantrópica dominó a toda Europa entre los siglos XV y XVII, ello viene atestiguado por el gran número de juicios y procesos seguidos contra verdaderos o fingidos hombres lobo; en efecto, durante la época brujeril se atribuyeron muchos delitos sexuales no sólo a brujos, sino también a otros que adoptaban la figura de un lobo para cometer sus tropelías, no obstante el hecho de que aquellos brujos que efectuaban tales crímenes, eran inculpados innecesariamente y con fingimientos, los abusos achacados a los hombres lobo, cuyos poderes al parecer eran extraordinarios, distaron mucho de ser fingimiento. Tales atrocidades atribuidas a estos monstruos, individuos que mediante procedimientos mágicos adoptaban la forma de lobos, eran violaciones, muertes y actos de canibalismo.

El "Síndrome del Hombre Lobo", junto con la brujería, es el segundo tipo de locura colectiva que ocurrió en áreas aisladas, y es todavía relatado en ocasiones en pueblos montañosos de Italia; en 1541, un caso refiere a que un licántropo dijo en secreto a sus captores que él era en realidad un lobo pero que su piel era lisa a causa de tener la capa vellosa vuelta hacia adentro, en un esfuerzo por curarle de esta convicción, se le amputaron los brazos y las piernas, pero murió sin llegar a convencerse.

La Francia del siglo XVI fue azotada por una auténtica epidemia de crímenes y canibalismo asociados a hombres lobo, que alcanzó su punto culminante entre 1589 y 1610; sólo en este país, epicentro del fenómeno, y en el espacio de 110 años, se registraron 30.000 casos de personas que aseguraban transformarse en animales, buena parte de los cuales fueron asados vivos, colgados o decapitados, acusados de asesinato, antropofagia y brujería, y de un crimen especialmente grave: comer carne humana en Viernes.

Las crónicas señalan que la creencia de que los hombres pueden transformarse en animales se encuentra en la base de numerosos mitos de la antigüedad; Nabucodonosor, rey de Babilonia (605-562 a. C.), autor de la destrucción de Jerusalén y que llevó a los judíos en cautividad a su territorio, se creía a sí mismo lobo.

En el siglo XV, a una monja alemana se le desarrolló una necesidad imperiosa de morder a sus compañeras; alrededor del año 1700 las monjas de un convento cercano a París comenzaron a maullar como si hubiesen sido transformadas en gatos. En plena psicosis brujeril, la licantropía fue considerada como una forma de posesión diabólica, los habitantes de las aldeas organizaban autenticas batidas de caza al hombre lobo; sin embargo, la posibilidad de transformarse en lobo era considerada un raro privilegio que permitía tener el don de la doble visión, conseguir carne fácilmente, vengarse de los enemigos, y experimentar goces bestiales y desconocidos.

 

Aspectos de la leyenda

 

Según la superstición, el hombre lobo es un monstruo esencialmente nocturno, perseguidor de víctimas humanas o animales, para alimentarse; el brujo licántropo es uno de estos monstruos, Satanás lo ha untado con aceite especial durante el Aquelarre y se ha convertido en lobo para aterrorizar a las gentes, sembrando a su paso el daño y el terror.

En Demonología aparecen Coyote y Licas, los salvajes demonios de la licantropía, que son conjurados para tal finalidad. Bajo el aspecto humano, el hombre lobo es reconocible por tener abundante vello en manos y pies, cejas cerradas y un dedo corazón muy largo, aunque en algunos, el más largo es el índice; la luna llena propicia la mutación, aunque otras opiniones afirman que, debido a que este ser necesita la oscuridad para actuar, la luna nueva sería el factor de conversión, no obstante, algunos opinan que la metamorfosis se realiza a partir del viernes de plenilunio, y muchos otros dicen que cualquier luna u hora es viable para la alteración.

Transformados en lobo, suelen conservar su voz y sus ojos humanos, eluden astutamente a los cazadores pero tienen carácter gregario y gustan compartir las presas con sus compañeros; el hombre lobo tiene la costumbre de rasguñar y morder diversos elementos, como maderas y piedras.

Su aspecto físico es el de un perro salvaje o lobo gigante, o bien el de un hombre con facciones de lobo (mentón alargado, nariz en forma de hocico, cejas prominentes, colmillos, abundante pilosidad en la cara, orejas alargadas, mirada brillante y amenazadora), y de cerdo, o de una mezcla de ambos; pelea con saña contra los perros que le acometen, algunas veces ataca a sus víctimas por la espalda, comportamiento semejante al de las hienas. Su carácter agresivo y asesino, agravado por la rabia canina los hace estrangular a su presa, desgarrarla y descuartizarla para luego devorar sus restos.

Un hombre lobo puede surgir en forma voluntaria (generalmente, los brujos):

  • Transformación con un brazalete o cinturón mágico cedido por el diablo;
  • Recitar encantamientos;
  • Ingerir pociones alucinógenas;
  • Frotarse diversos ungüentos;
  • Sumergirse o beber en una fuente o charca donde se bañen los hombres lobo;
  • Comer sesos de lobos;
  • Pasar por entre las piernas de un hombre lobo;
  • Penetrar en las madrigueras de éstos y compartiendo su comida o su lecho;
  • Beber el agua de lluvia en una huella de lobo;

O involuntaria:

  • Nacer el día de Navidad;
  • Nacer en fase de luna nueva;
  • Dormir a la intemperie un viernes de luna llena;
  • Beber en un río donde beben los lobos;
  • Merced a una maldición familiar heredada;
  • Por posesión diabólica;
  • Comer médula de lobo o carne humana;
  • Haber nacido de la unión entre un brujo y una loba, o entre demonios y seres humanos;
  • Recibir la mordedura de un hombre lobo.
Cuando recuperan la forma humana, conservan las mismas heridas que recibieron siendo lobos; Para volver a la normalidad, bastaba que comieran los brotes del zarzal o el rosal, que besasen el atrio de un santuario, que recibiesen tres cuchilladas en la frente o que perdieran tres gotas de sangre.

Para protegerse de los hombres lobo existían ritos y elementos específicos que lograban alejarlos o destruirlos, como las balas de plata, los exorcismos o el azufre. Las formas de matarlos eran:
  • Dispararles a la cabeza o el pecho con balas de plata, preferentemente consagradas;
  • Quemarlos vivos;
  • Aplastarles la cabeza con una piedra de gran tamaño, o con un objeto de plata;
  • Atravesarles el corazón con un hierro candente al rojo.

No obstante, si se los hiere y no se los mata, recuperan inmediatamente el aspecto humano, pero volverán a la noche siguiente transformados en bestia, para vengarse de su ejecutor.

Los hombres lobo pueden ser hombres o mujeres, y ciertas especies pueden mutar tanto de día como de noche, la sangre los aplaca y los hace volver al estado primitivo; si se les corta una pierna o un brazo, pueden volver a generarla. Regresan de sus tumbas si no se los mata debidamente, si se les clava un cuchillo en el pecho parecen estar muertos, pero luego recuperan su vitalidad; frente a su ataque, las armas de fuego son ineficaces (son inmunes a las balas que no sean de plata o no estén benditas). Vuelven a la normalidad antes de la salida del sol, el olor a azufre los ahuyenta; algunos se alimentan de niños no bautizados, pero también de carroña, animales, hierbas, estiércol, o cadáveres humanos, por lo cual suelen habitar o frecuentar los cementerios (en algunas ocasiones, se afirma que vuelven a la normalidad si se acuestan sobre una tumba).

En Portugal y otros lugares se creía que los hijos ilegítimos podían convertirse en lobisomem, el embrujo se rompía orinando sangre sobre el mismo; en Galicia, el séptimo hijo varón consecutivo de una familia será lobisome, mientras que la séptima hija, meiga (bruja). Este lobisome tiene en común con los vampiros la descomunal sed de sangre; tiene aspecto rechoncho y de mono, el rostro es amarillento, los labios finos y pálidos, los dientes negros y la barba erizada, a veces es homosexual, pero por lo general sólo ataca a las mujeres, volviéndolas ninfómanas, para neutralizarlo hay que cogerlo cuando está hinchado de sangre y crucificarlo en un árbol con puñales. De acuerdo a la creencia popular, el licántropo se convertirá en un vampiro al morir.

 

Aportes de la ciencia

 

En Psicología, el término "hombre lobo" se ha utilizado por lo menos de dos maneras distintas e, incluso, opuestas: los psicólogos clásicos se refieren al emplear a este término a aquellas criaturas que, abandonadas o perdidas en los bosques o selvas, han logrado sobrevivir generalmente bajo la protección de un animal o una manada de ellos; el segundo significado de la expresión se refiere taxativamente a una enfermedad mental. La folie louvière, nombre que recibió en un primer momento, fue conocida en Lovaina en el siglo XVI, aunque pasó bastante desapercibida hasta Freud, a partir de él y de su discípulo Ferenczi han sido frecuentes, en la práctica psicoanalítica, los casos de esquizofrenia en los que el paciente cree convertirse en lobo.

El licántropo o lupomaníaco, personaje psicótico, creía que en el plenilunio se transformaba en lobo, incluso sentía cómo su cuerpo se cubría de pelaje, cómo las uñas se tornaban en garras, cómo se le alargaba el mentón y cómo los dientes se convertían en verdaderos colmillos lobunos; después, lleno de un pánico asesino y violento, vagaba por el campo o los parques públicos, al acecho de una posible víctima, para arañarla, morderla, atacarla sexualmente (la sexualidad siempre estaba presente en los ataques del hombre lobo) y, en ciertas ocasiones, matarlas. Hay que aclarar aquí que el término "licantropía" se emplea en Psiquiatría para definir una forma de locura que consiste en la creencia por parte del enfermo de ser un lobo, emitiendo aullidos bestiales, negándose a ingerir alimentos, aparte de carne cruda sangrante, y atacando a cualquier persona; el individuo cree que corre en una manada de lobos, y que se apareaba con las lobas.

 En 1604, los magistrados tuvieron más en cuenta la opinión de los galenos, diferenciando a hombres lobo de licántropos, afectados estos últimos por una enfermedad mental de tendencia caníbal.

Cierta gente no admite que el hombre pueda transformarse en bestia, pero asegura que lo hace por un encantamiento diabólico, y a partir del hecho de que desvista a sus víctimas antes de descuartizarlas, prueba que no es un lobo, sino que cree serlo, obligado por el demonio.

Muchos casos medievales pueden explicarse hoy por la porfiria congénita, enfermedad producida por un gen recesivo, que provoca, entre otros trastornos, fotosensibilidad, que obliga al enfermo a vivir de noche, hirsutismo o hipertricosis –vellosidad exagerada–, lesiones cartilaginosas y medulares óseas que le incitan a moverse como en cuatro patas, y depósitos de porfiria que enrojecen los dientes y la orina, pudiendo dar la impresión de que bebiese sangre; en pleno siglo XVI, semejante cuadro clínico habría sido harto elocuente y sospechoso por las gentes supersticiosas.

Agréguesele el hecho de que el bestialismo era muy frecuente en aquella época, y se creía que, como resultado de estos apareamientos contranatura, podían nacer híbridos monstruosos, mitad animal, mitad humano; si a eso se le suman los casos de psicópatas sexuales (sádicos, necrofílicos, exhibicionistas), fascinados por las satisfacciones bestiales y sanguinarias que les ofrece incluso la rabia canina, que incita a morder a todo ser viviente, podría explicarse el comportamiento de muchos licántropos.

La licantropía está unida a la necrofilia a partir del hecho de que un lobo se arroje sobre un cadáver y lo desgarre y devore, particularmente si el cadáver está todavía caliente; por lo tanto, es posible que el obseso también ataque a los cadáveres.

Con todos estos conceptos, se han encontrado fundamentos para las antiguas supersticiones, creando un clima social enloquecido, catalizado en torno al feroz y sanguinario lobo, que en los siglos pasados era una constante amenaza –nocturna, sigilosa y fantasmal–, lo que le hacía aparecer como una criatura diabólica.