V a m p i r o s

 

La creencia general en espectros llamados vampiros (del servio vampyr, "Demasiado viril"), se conoce con el nombre de Vampirismo.

El mito del vampiro ha existido desde los comienzos de la civilización en todas partes; los vampiros fueron conocidos en Egipto, Grecia y la Mesopotamia, pero han sido muy comunes en Europa Oriental y Central. El mito comprende dos ideas: La del alma o espíritu de un difunto, o bien su mismo cadáver que, reanimado por su propio espíritu o por un demonio, vuelve al mundo de los vivos a minar la existencia de los seres humanos, privándoles de la sangre o de algún órgano esencial, a fin de aumentar su propia vitalidad.

El vampirismo fue originalmente una superstición del folklore regional más que un concepto de tipo religioso, probablemente llegó a Asia a través de las tribus magiares en el comienzo de la era cristiana, y en los Cárpatos se mezcló con la rica tradición de la zona; esto en Rumania, pero la mitología griega y egipcia – El Libro de los Muertos – ya sabían de su existencia.

 

Orígenes

 

Aunque los ejemplos más típicos por su horribilidad en esta superstición se hallan entre los pueblos eslavos, en la Grecia moderna (los espectros de los excomulgados o vampiros eran llamados brucolacos o vroucolaques) y en China, existe, sin embargo, la creencia en el vampiro en otras partes del mundo, y existió ya en remotas edades, y a menudo se hallaba incorporada a otras creencias análogas, según las cuales no sólo los difuntos (en forma ya corporal, ya anímica) hacen presa en los seres vivientes, sino también los demonios, los cuales incitan a los espíritus a chupar la sangre de los vivos o cebarse en los cadáveres; supersticiones correlativas referentes a los espíritus se registran esporádicamente en la Polinesia, Melanesia, Indonesia, India y entre las tribus africanas y sudamericanas.

En los pueblos antiguos civilizados se descubren también huellas de la creencia en el hecho de los muertos alimentándose a expensas de los cuerpos vivos, así, entre los babilonios y los semitas en general y en Egipto con el mito del Khu. En la antigua Escandinavia, la idea de que los difuntos seguían viviendo en las angarillas, fue causa de que se creyese que podían volver en forma de monstruos insaciables del género vampiresco, como se ve en la Grettis Saga; lo mismo sucedió en la Inglaterra sajona y entre los primitivos teutones y celtas. En la moderna Grecia, la creencia en el vampiro ha prevalecido a través de algunas centurias, aunque ampliamente modificada por las influencias eslavas.

La gran epidemia de vampiros ocurrió en Hungría en el Siglo XVIII, y fue tal el revuelo que produjo, que el monarca nombró una Comisión para su estudio; el vampiro, en China, tiene muchos puntos en contacto con el de los países eslavos. En éstos, al abrir una tumba y hallar el cadáver fresco, con sangre en las venas, con todas las apariencias de vida, se le pincha en la región cardíaca, procurando hacerlo de un solo golpe, puesto que con dos pinchazos volvía a la vida; en los mitos chinos se aseguraba que, si un gato saltaba sobre un ataúd, el cadáver se convertía ipso facto en vampiro.

Relacionados con el vampiro refiere la tradición gran número de hechos que prueban lo muy arraigada que está esta superstición en el pueblo ignorante y crédulo. Así, en Laibach (1672) es fama que un vampiro se sacó por sí mismo el objeto punzante con el que se le quiso perforar el corazón, y en algunas regiones se entierra al suicida en las encrucijadas con el cadáver atravesado con una lanza, según dicen, para que no pueda andar; pero, según una antiquísima tradición, para que no se convierta en vampiro; esta costumbre se prohibió en Inglaterra en virtud de una ley en 1824.

Según la tradición literaria en Transilvania, los vampiros son generalmente campesinos y no nobles, sin embargo, existe una famosa excepción: la Condesa Erzsébet Báthory (7/8/1560 - 12/8/1614); el escudo de armas de su familia tiene tres dientes de lobo, y se decía que la Condesa era, en realidad, una vampiresa.

En su castillo, ubicado en Nyitra, al norte de Hungría, ella descuartizó a casi 600 mujeres jóvenes, en cuya sangre se bañaba esperando así mantenerse eternamente joven y bella.

Todavía existe en Viena, sobre la Blut Straße ("Calle de la Sangre"), la casa donde Elizabeth cometió muchos de sus horribles crímenes.

Al ser descubierta, fue encerrada en una celda de su propio castillo, donde murió doce años después, a los 54 años de edad y sin haber visto la luz del día.

Ciertas supersticiones relacionadas a los vampiros tienen una evidente vinculación con la Iglesia Ortodoxa Griega; el mito del vampiro se le adjudica a menudo e injustificadamente a ésta. Sin embargo, sus complejos rituales, su tendencia al misticismo y la enorme cantidad de iconos y santos que utilizan, pueden haber sido el caldo de cultivo para este tipo de mito; también es posible que la iglesia haya manejado la leyenda para aumentar su influencia en el pueblo del mismo modo que manejó la brujería como creencia popular. Durante siglos, los sacerdotes ortodoxos inculcaron la idea de que los cuerpos de los excomulgados no se descomponían en la tumba, como precisamente esa es una característica de los vampiros, la gente tendía a creer que los que fueran excomulgados se vampirizarían después de morir; la iglesia aseguraba que un exorcismo administrado por un monje era suficiente para evitar que los vampiros salieran de sus tumbas. La mayoría de la gente, no obstante, nunca ha confiado en el poder de la iglesia sobre los vampiros.

La creencia en los vampiros fue muriendo en la edad moderna, sin embargo, la vida en los aislados pueblos (particularmente, en la de aquellos campesinos de Transilvania) apenas ha cambiado; la creencia en los espectros y otras supersticiones son todavía poderosas, aunque hoy en día poco se hable de ellas.

 

Aspectos de la leyenda

 

El miedo a la muerte, la aspiración humana a una imposible inmortalidad física, están en la base de la leyenda del vampiro como lo están en la creencia oriental de la reencarnación o eterno retorno. El vampiro es, a menudo, un individuo que murió prematuramente o cuya existencia en el otro mundo es desgraciada; otras veces es un difunto que en vida ejerció de hechicero o brujo o fue persona nociva o funesta a la sociedad.

Los vampiros, criaturas de la noche, pueden ser hombres o mujeres; tienen dos almas, y en realidad no están nunca ni vivos ni muertos, permanecen sin modificarse a lo largo del tiempo; estos monstruos son el resultado nefasto de las actividades heréticas, criminales o suicidas de personas que, en consecuencia, son condenados a una vida de tinieblas, a alimentarse de sangre humana y a una existencia que sólo puede llegar a su fin –como cadáveres en vida que son– si alguien los extermina con una estaca. Aún para las personas más ignorantes, la sangre es el vehículo del alma y de la vida; por lo tanto, supúsose que estos espíritus o vampiros (a quienes se los identifica con el término científico Nosferatu, o "No-Muerto"), para los cuales la inmortalidad es un terrible castigo que los obliga a buscar frenéticamente su alimento vital, estaban ávidos de sangre y la succionaban del ser animal que se les ponía al alcance; a este propósito, al ver que ciertos individuos se iban debilitando sin causa aparente y encanijándose día a día, como si perdieran la sangre, el animismo salvaje hubo de encontrar una causa de este fenómeno e imaginó ciertos demonios o espíritus maléficos que devoraban el alma o el corazón o chupaban la sangre de sus víctimas. En Polinesia se cree que las almas de los muertos (tii) salen de sus tumbas y abandonan los ídolos y estatuillas colocadas en los cementerios, filtrándose de noche en las casas para devorar el corazón y las entrañas a los que duermen, causándoles así la muerte: tal es el origen de la creencia en el vampiro.

Los espectros no pueden descansar en su tumba y pasan las noches en busca de sus víctimas, personas o animales, cuya sangre beben; estas víctimas mueren inmediatamente o por debilitamiento gradual, y a veces se convierten ellas mismas en vampiros después de la muerte. Estos seres sólo pueden abandonar sus tumbas a la luz de la luna, y con las primeras luces del día, deben regresar a su refugio porque se desintegran al exponerse a los rayos solares; pasan todo el día en su ataúd, el cual contiene tierra del cementerio, o si son extranjeros, de su patria natal, ya que sólo sobre ella descansan.

La superstición eslava sostiene que son varias las personas que al morir se vuelven vampiros, el cadáver se reanima y tiene sed de sangre, y empieza por saciarla en sus familiares y parientes y luego ataca a los extraños, los cuales, a su vez, se convierten en vampiros (los ataques se realizan de noche). Al abrirse en sepulcro de un vampiro, se encuentra el cadáver incorrupto, con los labios manchados de sangre.

El estigma de vampiro se extiende a los criminales, los hechiceros, los niños pequeños que mueren sin haber sido bautizados, el séptimo hijo de un séptimo hijo que está predestinado, y hasta del hombre que no come ajos o que nace con colmillos. El vampiro puede asumir la apariencia de diferentes animales, como enormes perros, víboras o murciélagos, y en Rumania particularmente, lobos y gatos negros; también se transmutan en bruma o cúmulos de niebla. Es extremadamente fuerte, su figura no hace sombra ni tampoco se refleja en los espejos; tiene la capacidad de volverse invisible. Se cree que todos los años se reúnen el día de San Andrés (30/11) en los cementerios para decidir quién matará a quién durante ese año.

La brujería, el vampirismo y la magia negra están sumamente relacionados, por ejemplo, la víbora y el dragón han simbolizado desde la antigüedad al Drakul, demonio que aparece frecuentemente en la pintura y en la literatura rumanas. Cuando cae el sol, las criaturas de la noche comienzan a pulular y los vampiros se levantan de sus tumbas, se debe tener cuidado si se pasa cerca de casas abandonadas, se cruza un camino solitario, una encrucijada o un cementerio; una de las peculiaridades del mito es que los vampiros no pueden penetrar en una casa sino son invitados voluntariamente a ello.

El vampirismo contiene fuertes elementos eróticos, por ejemplo, se dice que los vampiros son las únicas criaturas diabólicas activas sexualmente, aunque sus hijos nacen sin huesos; otro aspecto, digno de hacerse notar, es que el vampiro tiene comercio carnal con su viuda o con otra mujer. Esto forma parte de una creencia muy extendida de que los difuntos o espíritus pueden tener unión sexual con los seres vivientes; cada vampiro elige una mujer específica y comienza a perseguirla lentamente en una especie de macabra conquista; siempre habrá otras, pero si es rechazado por su amada, entonces enloquece y expide un fétido olor.

Por lo que respecta a cuerpos vivificados, esta creencia tiene su confirmación en la antigua leyenda griega de la muchacha Filinnion, a quien, después de muerta, fue hallada con el joven Machates, su amante, al despedirse de él en la madrugada; en estas leyendas, la idea de vampiro se asocia a la de la pesadilla nocturna en un aspecto erótico (la ensueño se filtra por la cerradura de la habitación, como lo hace el vampiro), como también a la de los súcubos medievales, simbolizando de esta suerte la acción del demonio erótico que debilita las fuerzas del hombre con sus incentivos.

Antiguamente, muchos vampiros eran mujeres, y así lo consignan algunas fábulas grecorromanas; la Iglesia Ortodoxa Griega consideraba que los vampiros se volvían más activos en las fechas cercanas al día de San Andrés –santo patrón de los sajones, protector de los vampiros– y al de San Jorge (23/4).

En algunos pueblos rumanos, la noticia del ataque de un vampiro causaba gran pánico, todo el mundo tomaba vasto precauciones para protegerse, sobre todo entre la puesta del sol y el amanecer; las campanas de la iglesia sonaban arrebato para ahuyentar a los vampiros.

La gente se encerraba en sus casas, muchos dejaban el campo trasladándose a la seguridad de las ciudades, y los pastores trataban de poner a salvo a sus rebaños, ya que los vampiros pueden atacar a las ovejas tanto como a los humanos; algunos prendían antorchas alrededor de las casas y muchos velas permanecían encendidas, dado que el fuego y la luz son temibles a la vista del espectro. La gente se levantaba antes que el gallo cantase y contaba historias, ya que los vampiros no se acercan mientras alguien está relatando.

En otros lugares se creía que los vampiros no pueden atravesar el agua que fluye, y se considera al ajo como el mejor antídoto, puesto que sus flore y fruto desprenden un olor penetrante que aleja a estos fantasmas, por lo que cubrían con ellos puertas y ventanas e incluso untaban a los animales; otra de las plantas efectivas contra el vampiro es el muérdago (que desempeñó un papel importante dentro de la brujería medieval). Las rosas silvestres sirven también para mantenerlos alejados, asimismo, las semillas y espinas de la amapola son regadas sobre los caminos que conducen del cementerio al pueblo: cuando el vampiro intenta recorrer el camino, debe detenerse muchas veces a quitarse las espinas, y esta demora le impide llegar al pueblo antes del amanecer.

Si a un perro de gran tamaño se le pintan un par de ojos blancos, al verlo, el vampiro se atemoriza; y la iglesia ha agregado la cruz, el agua bendita, el rosario, el escapulario y las imágenes sagradas de Dios y la Virgen, a los recursos contra estos seres diabólicos.

Mucha gente ha tratado con todos los esfuerzos posibles de localizar su tumba y destruirlo; un método frecuente es elegir entre la población a un joven o una joven virgen y hacerlos montar desnudos sobre un caballo, también virgen, para que recorra el cementerio local; el caballo es guiado una y otra vez de tumba en tumba por todo el cementerio.

La tumba de un vampiro se reconoce por tener enormes agujeros, o cuando una víbora grande sale de su interior y merodea sin alejarse de su guarida. Se los mata clavándoles una estaca hecha de rosa silvestre, aunque algunos usaban filosos hierros al rojo, la estaca debe atravesar todo el pecho, salir por la espalda y hundirse en la tierra, para así evitar que el vampiro pueda incorporarse; si ocurre esto, se debe elevar una oración hasta que el espectro muera definitivamente. Cuando es penetrado, su cuerpo comienza a convulsionarse violentamente y su sangre fresca fluye; un horrible chillido acompaña al acto, después, el semblante del vampiro se pacifica como expresión de la liberación que le trae la muerte verdadera.

La leyenda de San Jorge y el dragón puede ser la inspiración del uso de la estaca para matar a los vampiros. Muchos otros elementos han sido utilizados para matarlos, en otros países se acostumbraba descabezar al vampiro, para lo cual, a los asesinos, cuyas almas eran temibles para los vivos, se les cortaba la cabeza al morir o se les colocaba ésta entre las piernas; otra práctica bastante común era reducir los cadáveres a cenizas, cuidando de echar también en el fuego todo lo que se hallaba cerca del lugar donde se hacía la hoguera, como pájaros, gusanos, reptiles, insectos, etc., por miedo a que el vampiro se incorporase en alguno de ellos y emprendiese la obra destructora.

Esta rutina fue general entre los eslavos, y en Bulgaria se cree en una especie de exorcismo que practica un hechicero, el cual, llevando una imagen de un santo, obliga al vampiro a entrar en una botella con sangre, y una vez dentro, arroja la botella al fuego; es convicción popular y general que para matar a un vampiro se le corta la cabeza y se le clava una estaca en el corazón, sólo así y al instante, el monstruo se desintegra, convirtiéndose en cenizas; en otras ocasiones, además de quemar sus restos, arrojan los residuos a un río.

En Grecia, durante muchos siglos, se acostumbró exhumar y cortar en menudos pedazos –que se arrojaban al fuego– todo cadáver que no ofrecía señales de descomposición después de sepulto; en China, los cadáveres sospechosos de volverse vampiros se exponen al aire libre para que se descompongan antes de inhumarlos, y a veces también son desenterrados y quemados.

Según la leyenda rumana, si un vampiro no es descubierto a tiempo, asesina primero a los miembros de su familia y luego al resto de los habitantes de la población; al final, desde el campanario de la iglesia, grita el nombre de los que sobrevivieron y éstos mueren instantáneamente; o en ciertos lugares hace sonar las campanas con el toque de muerte, liquidando a todos los que lo escuchan.